domingo, 31 de agosto de 2014

Tras un mes en China

   En un diario de viajes siempre nos quedan cosas por contar, pero creo que es algo positivo. El día que volvamos de un viaje con todas y cada una de nuestras jornadas escritas, significará que hemos tenido mucho tiempo para aburrirnos y escribir cada detalle.

   Creo que en ningún viaje nos hemos crispado tanto con los habitantes del país visitado como en China, y aún así, no puedo evitar sentir simpatía por los chinos. 

   Caminar por China y encontrarte con grupos de señoras bailando a las 20:00 de la tarde, personas caminando hacia atrás, haciendo gimnasia en medio de una avenida o sentados en un banco al lado del río. Otros, caminan por los parques con una pequeña radio sujeta al cinturón por cuyo altavoz se escuchan estridentes piezas de ópera china o una melodía tradicional con un violín. Suelen ser personas mayores que, quizá no sea así, pero parecen nostálgicas de un pasado, puede que no mejor, pero sí distinto. Pasean entre los sauces llorones, los estanques verdosos, por los caminos empedrados que se adentran en medio de bosquecillos de bambú...mientras tanto, al otro lado de las vallas del parque, el ritmo de las ciudades se precipita a golpe de claxon, bocado de McPollo y café del starbucks, a la vez que una nueva muralla china de rascacielos ocupa las ciudades más importantes.

   Irrumpe en las capitales chinas un delirio arquitectónico que compite, pero nunca supera en mi opinión, contra el amarillo imperial de los preciosos tejados de la Ciudad Prohibida, los dragones y los fénix tallados en las rocas que nos recuerdan la grandeza de las dinastías que gobernaron el país. El dragón representándolo a él, el poderoso emperador, y el ave fénix a ella, una emperatriz probablemente acosada por los celos hacia las concubinas y por el deseo y la necesidad de engendrar un heredero. 

   Compiten estos monstruos de cemento, hierro y cristal contra las barandillas de mármol blanco talladas en forma de nube que rodean el Palacio de la Armonía suprema, simbolizando así la condición divina del hijo del cielo. Contra las pagodas en lo alto de las colinas y las columnas de humo perfumado de los templos budistas, taoístas y confucionistas. Compiten, en fin, la coca cola y el café contra las tacitas de porcelana rebosantes de ese líquido cálido y dorado que es el té, las hamburguesas del McDonalds contra los dumplings al vapor, las inscripciones en las rocas recordando antiguos poetas y proverbios chinos contra las pantallas de los móviles ante las que pasan horas encarados, las calles comerciales iluminadas por los anuncios publicitarios contra los Hutongs y sus callejuelas alumbradas por farolillos rojos de papel de arroz, con los chinos acuclillados y un cuenco de noodles entre las manos o acunando un bebé con un agujero en el pantalón,  dejando ver unas nalgas regordetas que de un momento a otro pueden ejercer la función para la cuál había sido diseñado dicho orificio.

   Los chinos parecen amar estas dos Chinas, la moderna y la tradicional,el equilibrio de los opuestos, el Ying y el Yang al fin y al cabo...


No hay comentarios:

Publicar un comentario